Cultura

Para matar la poesía: Lo que se nos va

Por Federico Bagnato

www.paramatarlapoesia.com

Para cuando Salomé estornudó y se limpió la cara, el subte pasó de largo. Ahora porque no podía subir con todo eso encima, pero antes porque estaba comiendo medio sánguche y antes terminando de leer el segundo cuento del libro de Castillo. Nunca era el momento adecuado. Y yo tuve la mala suerte de acompañarla. Después me di cuenta de que lo que realmente hacía era esconderse. Porque además de vestir ropa extravagante que no le sienta, Salomé abre una nueva historia con cualquiera que se le cruce. Mirá, mirá. Ese podría ser la jirafa del hotel de esa película. Sí, imaginátelo con un moño y diciendo “buenas tardes, ¿cómo ha dormido?” Cualquier cosa para no hablar de ella y tenerme de cómplice, recordándole que no está loca. Al principio se me hacía tarde cuando dejaba pasar los subtes. Pero después me separé el tiempo para pasarlo ahí, esperando. Y pensé de todo. Que ella estaba mal de la cabeza, que perdía el tiempo o que yo me preocupaba demasiado por mí mismo, acompañándola. Pero éramos los ingenuos más lindos de todo el subte. Ella me dijo que había pasado el amor de su vida, y que si iba en una dirección tarde o temprano volvería por la misma. Y se sentó a esperar a ese extraño y luego de un tiempo yo me senté a esperarla a ella. Un día le planteé que ponía demasiada energía para ser un extraño. Y eso también fue un poco para mí, porque no nos conocíamos mucho. Pero se enojó y cuando revoleó el collar gigante que solo usaba para disfrazarse casi se ahorca. Y me dio un sermón sobre el amor correspondido y que ya lo había dejado pasar una vez y no quería volver a hacerlo. Y dijo que no se trataba de una persona ahí caminando, sino de alguien que le despertara eso, como el señor bien vestido que se fue en el vagón sin saber nada de nosotros como yo tampoco sabía nada de Salomé, que le puse ese nombre para no olvidarlo, pero que en realidad tenía cara de Sofía o María algo… Y yo me enojé por pensar en Salomé, porque ella me dijo que el amor no es correspondido, y a mí no me importó porque yo la quería a ella. Y a ella no le importó porque lo quería a él. Y él no sabía nada de nosotros y no le importaría tampoco porque estaría pensando en alguien más. Y después de un buen tiempo nos resignamos a vivir así, compartiendo el encuentro de un deseo que nunca se concretaría, sin darnos cuenta de lo que se nos va entre las manos mientras jugamos a escondernos y simulamos que vamos a conseguir lo que queremos.

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